El perro bajo la cama
Tenía sólo 9 años cuando sucedió. Mis padres eran importantes en la escena política y gracias a ellos pude tener todo lo que soñaba una pequeña de mi edad. Sin embargo, lo material no era suficiente en esa vida de maravilla. La verdad es que estaba muy sola, ya que mis papás debían atender eventos y fiestas debido a su posición, por lo que la mayor parte del tiempo no estaban conmigo.
El perro es el mejor amigo del hombre, y como niña me ilusionaba tener uno. Mis padres optaron por regalarme un cachorro para que me acompañara durante el día y me cuidara cuando creciera, ya que era de raza grande. Compartí muchos momentos con mi nuevo compañero, crecimos juntos.
Una noche todo cambió. Mis padres se despidieron de mí antes de dormir y mi perro se acostó bajo mi cama, como de costumbre. Caí sumamente cansada después de un día de juegos. Estaba perdida en mis sueños, cuando en la madrugada un extraño ruido me despertó. Eran como unos rasguños, primero sutiles y después más fuertes. Estaba muy asustada, pero sabía que mi perro estaba ahí para cuidarme. Bajé la mano para sentirlo y él me lamió como siempre lo hacía para tranquilizarme. Pronto me quedé dormida otra vez.
Nunca imaginé lo que vería por la mañana. Me levanté y noté que en el espejo del tocador estaban escritas con letras de sangre las palabras: NO SÓLO LOS PERROS LAMEN. No sabía qué pensar, estaba confundida cuando caí en el peor de los terrores. Mi perro yacía en el suelo de mi habitación, crucificado. ¿Quién pudo hacer algo semejante? ¿Si no fue él, entonces quién me lamió?
Fue un viaje sin regreso. Mis padres entraron a mi cuarto, pero ni mi perro ni yo estábamos ya ahí. «¿Quién me lamió» – repetía en mi mente sin cesar. Ni mi mamá, ni mi papá supieron qué hacer, no tenían las respuestas para hacerme volver.
Aún sigo aquí, en este manicomio, preguntándome una y otra vez quién me lamió la mano aquella noche…
